Se cuenta que allá en los inicios de la fundación de Ures, cuando el Pueblo Pima juzgó de primordial importancia construir su templo, lo hicieron colaborando todos ellos y de común acuerdo con los Misioneros que iban y venían en aquella época. Primero fue un ramadón, más tarde aquello se transformó en un cuarto grande de adobe, y después lo que es hoy la Iglesia del lugar conocido como el templo de San Miguel Arcángel- Fueron desfilando por aquel templo muchos sacerdotes, unos, buenos y otros santificados, unos feos, otros de físico atractivo. Le llegó el turno a un sacerdote, quizá el mejor que ha pasado por ese Templo. Era tan consciente de su ministerio que daba la impresión de estar santificado. Se cuenta que no dejaba de orar y continuamente se le escuchaba hacerlo dondequiera, a cualquier hora y en voz alta. A tal grado que la gente comenzó a criticarle primero. Y después a burlarse de él, aplicándole el mote de “El Cura loco”.
Un día, un grupo de jóvenes rebeldes (los ha habido en todas las épocas) principió a criticarlo, a mofarse y a reírse delante de él; el cura no se defendía ni devolvía las afrentas recibidas sino que continuaba rezando y rezando, mas aquellos jovenzuelos, como no lograban su objetivo, que en este caso era, sacarle de sus casillas, de los insultos pasaron a los hechos golpeándolo cruelmente hasta que lo dejaron sangrante y maltrecho. Se cuenta que a resultas de esta paliza falleció, y cuando se encontraba agotada su resistencia, desesperado lanzó una maldición, no solo en contra de ellos, sino de la Ciudad entera: “Llegará el momento en que la Ciudad de Ures desaparezca del mapa, y sólo quedará de ella un mesón a la orilla de un camino, y el viajero, al pasar por allí, comentará: aquí quedaba la ciudad de Ures”.
Cuando constato el ayer con el presente, y advierto que Ures no responde a ningún beneficio que se le hace, sino que sigue muriendo inexorablemente, recuerdo esta leyenda y pienso: “qué habrá dé cierto en ello?”. No creo que un sacerdote tenga poder para efectuar maldiciones de ninguna especie, pero sí sé que la Ley de Dios protege a los Santificados llamándolos “Pequeñitos”. El Evangelio San Marcos Cáp. 9 vers. 42, dice: “Ay de aquel que sirva de piedra de tropiezo a uno de mis pequeñitos, más le valiera atarse una rueda de molino al cuello y arrojarse al fondo de la mar”, también la palabra de Dios dice: ‘Pagarán justos por pecadores”.
dele crédito de autora de este texto a la escritora urense Profra. dolores Real de López.
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